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Mis primeros pasos en Las Cabezas de San Juan

Hola, antes de nada me presento; mi nombre es Raquel Pérez Anaya, soy residente de primer año del Área de Gestión Sanitaria Sur de Sevilla y tengo el privilegio de formarme en el Centro de Salud de Las Cabezas de San Juan y, no exagero, si hablo de privilegio es por algo.


Me remonto un poco a los orígenes. Cuando tuvimos que escoger centro de salud, teníamos que hacerlo por número de examen MIR, yo era la número 14 de 15...es decir, que no tuve muchas opciones. Sabía que básicamente iba a tener que quedarme “con lo que quedase” y si os soy sincera, no me tomé la molestia de visitar ningún centro de salud.


Recuerdo que cuando me tocó elegir estaban disponibles el Centro de Salud de las Cabezas de San Juan y el de Olivar de Quintos… que cualquiera, residiendo en Sevilla, diría “... ni me lo pienso, ¡Olivar de Quinto!. ..”


“Es que Dos Hermanas está muy cerca...¿sabes lo que me ahorraría en tiempo, en gasolina, en ...?, ¿y si en Las Cabezas no estoy bien? Son 100 km diarios para pasarlo ¿¿mal…??”. No os miento, esas fueron algunas de las ideas que se me pasaron por la cabeza por un momento.


Finalmente me atreví, algo me decía que allí había algo diferente y yo tenía que saber que era. Recuerdo que Jose Luis, al que todos conocemos, me dijo: “no te vas a arrepentir”.


Al día siguiente llame a Marina, mi tutora. Tengo pocos recuerdos de esa conversación, solo que a mi me comían los nervios y que ella me pareció majísima… ¡Ah! ... y que quedamos en que iría a visitar el centro unos días antes de empezar oficialmente.


A los pocos días fui a visitar el centro, llegué allí y comencé a presentarme a todo aquel o aquella que veía con bata, hasta que finalmente Margarita, una de las auxiliares, me llevó con Marina. Ese día me enseñó todas las instalaciones del centro, y he de reconocer que lo que más me gustó fueron unos toldos naranjas que cubrían el pasillo central de la planta principal y que ahora están recogidos para aprovechar el poco sol que entra por los ventanales.

A grosso modo, me explicaron todos (o casi todos) los recursos de los que disponemos en el centro de salud (algunos de ellos paralizados por la pandemia): equipo de DCCU, radiología (incluida ecografía), cirugía menor, odontología... Puedo decir que aquel día me llevé muy buenas sensaciones.


Poco después empecé mi residencia oficialmente; los primeros días fueron un poco caóticos y la primera semana hice un “mini-tour” por el centro… Roté con enfermería por extracciones y Paco, gran enfermero, me eligió unas “buenas venas” que serían víctima de mis primeros pinchazos (y digo primeros porque el pobre señor se llevo un par); hice algunas visitas a domicilio con Germán, nuestro enfermero, al que solo puedo estar agradecida por su dedicación y profesionalidad; también cayó alguna que otra infiltración con Máximo, director médico del centro (por supuesto el las hacía y yo colocaba la mano por encima para ir notando las distintas resistencias de los tejidos, aunque ya estoy deseando poder hacer yo sola la primera); pasé la consulta Covid con Marina, y ya por aquel entonces me di cuenta de la que se nos venía encima, y que éramos nosotros los que estábamos en primera línea; y también pasé consulta “normal” con Marina...y aquí me paro.


Los primeros días en la consulta estaba bastante desubicada, las consultas telefónicas se me hacían pesadas, no conocía a ninguno de los pacientes y tampoco podía hacerlo únicamente por la voz. Necesitaba saber cómo eran físicamente, cuan curtidas estaban sus pieles, si sus miradas reflejaban el peso de los años, cómo vestían e incluso olían… puede parecer extremo pero al fin y al cabo iban a ser “mis pacientes” durante 4 años.


He de reconocer que estas sensaciones duraron poco tiempo. Marina se encargó de describirme perfectamente a cada paciente que atendíamos, tanto en su esfera física como en la psicosocial, con tanto detalle que casi podía verlos frente a mí. También me enseñó su maravillosa libreta en la que tiene anotados a pacientes “complejos” y se encargó de que pudiese conocerlos a todos o casi todos, citándolos en consulta o haciendo visitas a domicilio con ella o Germán. Me abrieron una agenda en el centro, en la cual podría citarme a algunos pacientes para conocerlos y hacerles una exploración general (¿os lo podéis creer?... ¡Mi primera agenda!). Además tenemos la “suerte” de que cada profesional, en la medida de lo posible, atiende las urgencias de sus propios pacientes, con lo que también tuve esa vía abierta para poder conocer un poco más a nuestro cupo.


A las pocas semanas de estar allí traté de adentrarme un poco más en la comunidad, y Marina me habló sobre algunos de los activos en salud de los que disponemos en el pueblo, entre ellos el Ranchillo (centro de rehabilitación), el CTA y Servicios Sociales del Ayuntamiento. Visité algunos y en todos ellos (incluyo al propio centro de salud) había algo común: existía una preocupación real por el estado de salud y el bienestar de los usuarios/pacientes.


En un mes prácticamente tenía hecha una idea general de los cabecenses y fue cuando Marina se encargó de informarme sobre un grupo de trabajo de la SAMFyC sobre Inequidades en Salud, al que ella pertenecía, y el cual veía interesante que conociese, puesto que habla sobre muchos supuestos aplicables en nuestra comunidad. En este grupo se habla fundamentalmente de los determinantes sociales (género, raza o etnia, nivel socioeconómico...) que provocan desigualdades en salud; desigualdades que podemos catalogar de injustas y evitables, y que afectan sistemáticamente a la población más desfavorecida.


Creo que este grupo de trabajo, al que desgraciadamente no he podido dedicarle todo el tiempo que quisiera, me ha abierto los ojos y me ha hecho mirar a los pacientes más allá de las enfermedades que padece y adentrarme más en mi comunidad. Os invito a echarle un vistazo, para no hacer más “spoiler”.


Y hablando de comunidad, y para que vosotros también os hagáis una idea un poco más amplia de como es Las Cabezas, os voy a dejar por aquí un texto que escribió Marina y creo que puede ser un buen resumen:


Las Cabezas de San Juan (o Saint John's Hillocks como dice Wikipedia)


La comunidad en la que ejerzo tiene unos 16000 habitantes. Es un pueblo a 40 km de Sevilla situado en las marismas del río Guadalquivir, cerca de Cádiz. Para que os hagáis una idea del paisaje de la comarca, la película de La isla mínima (Alberto Rodríguez) fue rodada en una de sus cuatro pedanías.


Históricamente es famoso en los alrededores por los buenos despachos de pan. Gran parte de la población trabaja en el campo por temporadas y en la industria hortofrutícola. Se cultiva algodón, arroz, tomates y remolacha sobretodo. A diferencia de otras zonas de cultivo extensivo de Andalucía, no hay mucha población extranjera y la que hay vive en el pueblo como el resto de los cabecenses. Hay gente mayor que ha trabajado en cortijos de otros toda la vida y siempre han vivido allí (esos son los pacientes agradecidos que ves de vez en cuando en consulta y te traen huevos, lechugas o jabón que hacen en casa). Hay una importante tasa de paro y a veces pienso que más que paro es que funcionan de manera diferente: lo que llamamos economía sumergida o no declarada. La gente mayor está trabajada, se nota en sus espaldas, la piel, las manos y te diría la mirada. Otra cosa son las nuevas generaciones. Hay gente formal que trabaja, estudia o se busca la vida como puede pero hay también un importante problema con la droga. El río es una puerta de entrada para toda Europa y no solo es el tráfico sino también el consumo. Contamos con un centro de adicciones en el pueblo por ello.


Yo, amante del silencio me he tenido que acostumbrar a gente que se llama a voces o se ríe a carcajadas en la sala de espera. No es falta de educación es otra cosa.


Por Las Cabezas pasa el tren que va a Cádiz, esto podría ser una ventaja pero la realidad es que no tiene un horario adaptado a la necesidad del pueblo, no se beneficia ni la gente que iría a trabajar a Sevilla.


En el núcleo urbano hay pocas zonas verdes, es como si no se diera importancia, hay plazas, hogar del pensionista, centro cívico, polideportivo y un teatro (de esos tochos de las subvenciones de la UE). Pero si la gente saliera un poco con la bici podría disfrutar de paseos preciosos.

La hijos suelen vivir cerca de los padres, así cuando se terminan de criar a los nietos se empieza a cuidar a los abuelos. Ni que decir tiene que las cargas de cuidados están en las espaldas de las mujeres. Menos mal que en muchas casas hay ley de la dependencia al menos para aliviar un rato en la mañana. Pese a que hay dos residencias a las afueras (yo llevo una de ellas dentro de mi cupo) no hay muchos ancianos de allí. Llama la atención la longevidad de la gente del pueblo, hay muchos octo y nonagenarios con los que trabajar la deprescripción tras estos últimas décadas de pastilleo, y ellos tan contentos.”



Han sido tres meses los que he pasado en Las Cabezas antes de empezar mi rotatorio hospitalario y ya echo de menos recorrer todas las mañanas 58 km para llegar al centro de salud. Han sido tres meses cargados de experiencias, docencia, compañerismo y trabajo duro, y quiero agradecer a todos los compañeros que han hecho posible que mi residencia sea lo más parecido a una residencia “normal”, que con los tiempos que corren es complicado. ¡Gracias a todos!, y no escribo más, que me pongo sensible.



Con esta foto me despido, espero que os hayáis hecho una idea de como es Las Cabezas de San Juan, y a todos los futuros residentes de Mediciana Familiar y Comunitaria os animo a que conozcáis este maravilloso centro de salud (y equipo, por supuesto), os aseguro que no os vais a arrepentir.

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