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La consulta telefónica

Hablar del año 2020 implica también como es lógico hablar de cambios, sobre todo para todos nosotros, los nuevos residentes. Hemos pasado de un comienzo de año, sumergidos entre apuntes y simulacros, a terminarlo ejerciendo la profesión con la que tanto habíamos soñado. A este gran cambio le añadimos la llegada de una pandemia sin precedentes en la historia reciente, el uso de EPIs como si de una prenda habitual de vestir se tratara, el hecho de ponernos de forma imperativa la mascarilla antes de salir de casa. “Móvil, dinero, llaves y mascarilla”. Podría seguir enumerando muchos más cambios que a todos nos resultarán conocidos; pero en esta ocasión concreta, me gustaría hacer una mención especial a la manera en que atendemos a los pacientes, aunque, más que el modo, me quiero referir al medio que usamos. La COVID-19 nos ha privado de lo que más caracteriza a la medicina de familia, que es sin duda el contacto con el paciente.


Pasemos a analizar esta modernización forzada debido a la pandemia, pues no todo son desventajas. En primer lugar, debemos tener claro que el principal objetivo de la consulta telefónica es proteger tanto al paciente como a nosotros mismos, lo cual no implica que sea evidente ver que es una cuestión de reciprocidad. La consulta telefónica está dificultando la continuidad en el trato del paciente, de la que los médicos de familia siempre gozamos. Además, los pacientes no son capaces de tener un seguimiento, algo que en ocasiones puede ser debido a la simple razón de no estar familiarizados con la tecnología. Las personas de mayor edad, a quienes podríamos llamar los más asiduos a nuestras consultas de primaria, consideran a veces un reto pedir cita por una App, o dar con el número telefónico para que se les atienda tratando de evitar un tiempo de espera superior a lo prudencial. Pero siguiendo en esta línea, estamos tratando en muchas ocasiones (no todas) “a ciegas”, probando con un tratamiento, y una llamada de cortesía posterior para comprobar la efectividad de este. Porque, por mucho que la ciencia avance, nunca dejaremos de lado ni podemos olvidar todo de lo que somos capaces de percibir en una consulta cara a cara. Ya no es solo lo que podamos detectar nosotros, sino lo que transmitimos a nuestros pacientes con nuestra forma de hablar, escuchar, palpar, e incluso, mirar. Por tanto, es constatable que los pacientes se sienten más atendidos cuando su médico les ve. Desde mi punto de vista la conclusión de la consulta no tiene necesariamente que ser la más correcta o resolutiva. Creo que esta situación incluso puede llegar a crearnos una satisfacción extra tras una consulta presencial, lo cual hace tan solo un año, formaba parte de nuestra rutina diaria.


Cuando una persona se dispone a ir a cualquier sitio, se prepara para la situación. Con la consulta telefónica eso se dificulta, al estar el paciente en su domicilio, en la calle o de vacaciones, incluso. El paciente es, en parte, “sorprendido” por la llamada de un teléfono oculto, que resulta ser su médico, y rápidamente se le introduce en su motivo de consulta, que a veces cuesta hilar por esta misma causa. Por supuesto, esto no siempre ocurre, pero no podemos negar que más de una vez nos ha pasado.


Por otra parte, admito que en algunos casos esta forma de consulta telemática nos puede beneficiar. El médico de familia, en ocasiones además de manera inevitablemente, ejerce una labor que se asemeja a la administrativa, en cuanto a partes de baja que no requieren reconocimiento, recetas, renovación de plantillas, etc. En estos casos el enemigo del que estamos hablando se convierte en nuestro aliado y nos ayuda a economizar tiempo, que, al final, es lo más valioso que le podemos ofrecer a nuestro paciente.


Una vez consigamos vencer la COVID-19 (que lo haremos más pronto que tarde) nos quedarán secuelas enmascaradas como una nueva normalidad. Solo espero que aprendamos de esto y apliquemos esas ventajas de cara al futuro; pero sobre todo que sepamos valorar lo gratificante y satisfactorio que puede ser volver a saludar con la mano o incluso un abrazo, a un paciente nada más entrar este en la consulta.


Ana Prats Sánchez R1 de C.S. Montequinto

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