Mi experiencia como R1
Cuando empecé la residencia me sentía como un pez fuera del agua. Comienzas la travesía con una mochila llena de conocimientos mireños (que en muchas ocasiones eran un poco inútiles) responsabilidad (mucha, en grandes cantidades) y mucha, muchísima ilusión.
Comienzas tu andadura con una sinvivir de cursos que, en el momento, te parecen un poco inútiles y, que luego, se convierten en pieza fundamental de tu supervivencia en las guardias.
Luego eliges el centro de salud y piensas “segunda elección más importante de mi vida después del MIR… por qué nos harán esto…” Y tras una mañana de “minielecciones” se acaba el drama momentáneamente. Te incorporas en tu centro, conoces a tus compañeros de trabajo, y empiezas a hacer más y más migas con tus coRs. Cervezas múltiples en el Salvador, tardes enteras charlando y compartiendo experiencias.
Pero comienza de nuevo el drama, comienzan las guardias. No sabes ni cómo acceder a los programas, y no porque no te lo hayan explicado, sino porque el hospital tiene ese poder, te hace parecer tonta e inútil en un principio. Confundes enfermeros, auxiliares y celadores. Correteas por el hospital buscando gente, preguntando constantemente a tus adjuntos y a las personas que en un principio más te comprenden y te salvan la vida: tus R mayores. Tu mayor grado de satisfacción casi se convierte cuando te dicen: ve a hacer esta gasometría. Y sales escopeteada al único gasómetro que conoces en ese momento y que por suerte… ya no funciona. Y tu gozo en un pozo…
Y quizás algún médico recién salido del horno lee estos párrafos y se horroriza. Pero como en todo en esta vida, después de la tormenta llega la calma. Y llega. Y comienzas a sentirte parte de un equipo. Comienzan a llamarte “doctora” y no “chica, niña, bonita, señorita” y cualquier calificativo para una chica que parece recién salida del colegio. Y comienzas a sentirte parte de algo. Y comienzas a ser médico, a sentirte útil, a cuidar de tus pacientes y a preocuparte por ellos.
Y ese es el nuevo drama, pero un drama bonito. Llevarte a casa cada día una preocupación con la que sentirte motivada para aprender. Con ganas de saber más y más para responder a la pregunta más importante para ti y para ellos ¿Qué más puedo hacer por ellos? ¿Cómo puedo solucionar este problema? ¿Qué necesitan de mi y cómo voy a conseguirlo?
Y de nuevo, te encuentras a ti estudiando, no para un examen, no por una calificación, no por encontrar reconocimiento. Estudias por ellos y estudias por ti, para dormir cada día pensando “he hecho todo lo que estaba en mi mano, y para lo que todavía no puedo solucionar, tengo personas que me ayudan a crecer y a madurar”. Te vas a dormir siendo feliz.